Cuando en 2014 realicé el curso de “Formador de formadores” una de las máximas que recogía el objetivo esencial de aquella formación quedaba resumida en “enseñar a enseñar”. Esta es una rama de la pedagogía, en concreto, la didáctica, vinculada con los enfoques y metodologías educativas. A veces se suele simplificar la pedagogía desde ese único fin, pero es una ciencia que también abarca la investigación y la reflexión en torno a la enseñanza. Quizá
entonces, sería bueno empezar a diferenciar entre “enseñanza del Yoga” y “pedagogía del Yoga”. Por Ángela Santos.
Podríamos integrar también está máxima en el desarrollo de una formación de Yoga enfocada a futuros/as profesores/as: “enseñar a enseñar”, pasando primero por vivenciar en primera persona, no sólo tipos de posturas o conceptos en sánscrito, sino la propia experiencia transformadora de la práctica, como metodología innegociable.
Pero, a este primer planteamiento expresado desde un marco teórico, me atrevo a añadir otra afirmación inmersiva, extraída también de la propia experiencia como formadora y es la de “ayudar a ayudar”.
“¡Uy! Mis alumnas están contentísimas desde que voy introduciendo los cambios que estamos aprendiendo. Sienten que no luchan tanto con la postura, que avanzan. Y yo, feliz”, dijo Gema en clase, con una sonrisa de satisfacción humilde. Y es que, además de intereses personales vinculados con la transformación personal y compromiso con la práctica, el deseo de aportar a los demás, de ayudar, de ser parte de las opciones o los ratitos buenos de la vida, es otra de las grandes motivaciones ante la decisión de iniciar una formación de Yoga.
Por lo tanto, la enseñanza del Yoga, la de la didáctica, no sólo ha de moverse bajo los parámetros de métodos, teorías, tradiciones o linajes. Puede estar despierta a la realidad de nuestros contextos y nutrirse de la filantropía, podría decirse casi de serie, que compartimos quienes deseamos ayudar a la mejora de la vida de las personas, al menos, desde un rol facilitador y no asistencialista.
La mayoría de contextos formativos para la enseñanza del Yoga, los integran personas con un bagaje personal y profesional propio de la edad adulta, por lo que podemos desarrollar un aprendizaje maduro, en el que estén más presentes las herramientas y no las fórmulas ni mágicas ni cerradas. Podemos dinamizar un proceso en el que potenciar sus capacidades para la observación, escucha y detección de necesidades. Ser capaces de construir razonamientos y reflexiones propias, donde su aplicación dependerá de los contextos de cada alumno y futuro profesor. Al igual que sucede en la práctica personal, se trata pues de un proceso circular, en el que partimos de unas necesidades y un marco teórico yóguico, con sus planteamientos y herramientas que llevamos al campo de la experiencia; observamos sus frutos, limitaciones y potencialidades, para volver a indagar y dialogar en la sabiduría del Yoga. Y así volver a la práctica a probar una versión mejorada. Y todo ese proceso circular entre los elementos de observación, estudio, práctica, aprendizaje, revisión y mejora que se repite en el tiempo, nutrirá también nuestro papel activo en la gestión de muchas de las situaciones personales de nuestra vida.
Si la diversidad de cuerpos, motivaciones y necesidades está presente en la cotidianidad de las clases de Yoga, también hay diversidad en un espacio formativo. Dicha variedad abarca la procedencia de ámbitos laborales, yóguicos (diferentes tradiciones, profes y no profes, diferentes tiempos de práctica…) y orígenes diversos (rural y urbano) con sus consecuentes contextos directos de influencia.
Los objetivos para la experiencia personal y la adquisición de un conocimiento para guiar a otros desde un rigor yóguico, pueden ser comunes en una formación de profesores/as. Pero, a la hora de no dar la espalda dicha diversidad, la metodología y el enfoque pueden marcar un carácter integrador. Nos encontramos así ante la importancia del equilibrio entre el contenido y la metodología a la hora de perseguir ciertos objetivos.
En la enseñanza, la calidad del contenido y una programación coherente, es igual de importante que el enfoque educativo y la metodología desde la que se va a impartir dicho contenido a la hora de generar un impacto positivo y transformador.
Los diferentes darsanas y las tradiciones del Yoga, no sólo se diferencian por sus planteamientos y enfoques, sino que también albergan diferentes métodos de transmisión de sus enseñanzas. Así, encontramos los 6 Vedangas y los diferentes campos de aprendizaje que abarcan, para el estudio de los Vedas. Encontramos también el modelo desarrollado en las enseñanzas del Vedanta, basado en un tiempo de escucha de la exposición del maestro, un tiempo para preguntas sobre lo expuesto por parte del alumno y un tiempo final destinado al silencio y meditación para la integración de lo compartido. Podemos detenernos también en el aprendizaje de memoria y por repetición de los Yoga Sutras u otros textos clásicos sánscritos o, como explicaba Nuria Crespo en otra entrada de este blog, encontramos el canto védico y su propia metodología. El Ashtanga Yoga, los 8 pasos o ramas propuestos por Patanjali, son en sí mismo una metodología.
Por lo tanto, existe una visión integrada entre el Yoga como disciplina y el Yoga como enseñanza
de la que podemos seguir aprendiendo como profesores/as y como formadores/as. La práctica personal, la formación, el autoestudio, la experiencia en las clases y por supuesto, nuestros/as alumnos/as, son siempre fuentes accesibles de aprendizaje y sabiduría. Sin olvidar evocar un profundo agradecimiento hacia los maestros y maestras particulares, junto a quienes velaron porque esta transmisión llegara hasta nuestros días.
Como conclusión, planteo y defiendo una relación simbiótica entre Educación y Yoga como caminos para la transformación. Desde una perspectiva social y tomando como referencia a Paulo Freire y el desarrollo de su pedagogía de la liberación, la educación es el medio para el cambio social, partiendo siempre desde la realidad del individuo y la de los grupos a los que pertenece. Dicho aprendizaje sucede en colectivo (que es la realidad de nuestras clases de Yoga hoy en día), de manera reflexiva y esta orientado a la acción para transformar la realidad. Siguiendo esta línea, el Yoga es una práctica transformadora en primera instancia, que también plantea y persigue la liberación. Gracias a Laia Villegas y sus enseñanzas sobre la obra del Samkhya Karika facilitado por Dhara Yoga, empecé a concebir el casi manido término en Yoga de “liberación”, no como una visión hacia fuera, algo a lo que hay que llegar o conseguir, sino como un concepto que apela más a una pregunta y a mirar dentro: “¿De qué eres esclava?” De esta respuesta, dependerá la calidad de las decisiones que tomemos y los caminos que iniciemos.
Artículo escrito por Ángela Santos Fernández
Profesora de Yoga y Educadora Social.